Mt. 5:21-26 (BA) “Han oído que se dijo a nuestros antepasados: No matarás; y el que mate será llevado a juicio. Pero yo les digo que todo el que se enoje contra su hermano será llevado a juicio; el que lo llame estúpido será llevado a juicio ante el Consejo de Ancianos, y el que lo llame imbécil será condenado al fuego que no se apaga. Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano; luego regresa y presenta tu ofrenda. Trata de ponerte de acuerdo con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo”.
Jesús no vino a crear instituciones, en tanto estas, organizaciones religiosas, sino que vino a acercar el Reino de los Cielos a los hombres. El Logos se hizo carne para constituirse como el agente mediador entre Dios y la humanidad. Y esta mediación trae como consecuencia la liberación y vida del género humano. Una liberación que se hace visible en la vida en comunidad. En donde el hombre es libre para ser un hombre que sigue dando libertad y vida a los demás hombres.
En una comunidad debemos vernos como la obra especial del Señor. El saber dialogar y convivir con nuestras diferencias ha de ser el modelo de vida comunitaria. Así, el llamar a nuestro hermano estúpido o imbécil (señal de enojo) es una forma de soberbia. Bonhoeffer nos llama la atención:
Dios no creó a mi prójimo como yo lo hubiera creado. No me lo dio como un hermano a quien dominar, sino para que, a través de él, pueda encontrar al Señor que lo creó. En su libertad de criatura de Dios; el prójimo se convierte para mí en fuente de alegría, mientras que antes no era más que motivo de fatiga y pesadumbre.[1]
Jesús no vino a crear instituciones, en tanto estas, organizaciones religiosas, sino que vino a acercar el Reino de los Cielos a los hombres. El Logos se hizo carne para constituirse como el agente mediador entre Dios y la humanidad. Y esta mediación trae como consecuencia la liberación y vida del género humano. Una liberación que se hace visible en la vida en comunidad. En donde el hombre es libre para ser un hombre que sigue dando libertad y vida a los demás hombres.
En una comunidad debemos vernos como la obra especial del Señor. El saber dialogar y convivir con nuestras diferencias ha de ser el modelo de vida comunitaria. Así, el llamar a nuestro hermano estúpido o imbécil (señal de enojo) es una forma de soberbia. Bonhoeffer nos llama la atención:
Dios no creó a mi prójimo como yo lo hubiera creado. No me lo dio como un hermano a quien dominar, sino para que, a través de él, pueda encontrar al Señor que lo creó. En su libertad de criatura de Dios; el prójimo se convierte para mí en fuente de alegría, mientras que antes no era más que motivo de fatiga y pesadumbre.[1]
Cuando Jesús nos enseña la manera de relacionarnos con nuestro prójimo nos esta mostrando al Logos, al Verbo de Vida. Y es que Jesús esta reproduciendo en la tierra lo que naturalmente sucede con la trinidad desde la eternidad.
Un filósofo llamado Darrow Miller cita a Brian Griffiths cuando desarrolla el tema de la influencia de la trinidad en las sociedades:
En cuanto a la naturaleza de Dios, Griffiths hace notar: “Esto afirma que antes de existir el tiempo había pluralidad de personas en el Altísimo. Dios no estaba solo. No era una figura solitaria, incapaz de comunicarse, para quien el amor fuera una idea sin significado. La trinidad era una comunidad, una fraternidad. Las personas de la Trinidad se relacionan cada una con las otras, y siempre lo han hecho”[2]
El saber vivir en comunidad es la clave para construir una sociedad. Por ello Jesús, citado por Mateo, comienza por el principio. El enojo contra el hermano (notemos el sentido de fraternidad universal implícita) constituye un hábito que hay que erradicar de raíz.
En esta tensión presentada por Mateo entre el “No matar” por parte de la Ley y la reconciliación planteada por Jesús, hay un abismo hermenéutico producto de una lectura sesgada de las Escrituras. Para el escritor de la Ley lo primordial era el acto final, la consecuencia; en cambio, para el autor de la Ley, lo que quiso decirle a Moisés era que lo primordial era el acto inicial, el del corazón. Notemos que Jesús al darle sentido a la Ley, se revela como Dios. Como McDowell establece:
"(Mateo 5:20, 22, 26, 28) En este pasaje hallamos a Jesús enseñando y hablando en su propio nombre. Al proceder de este modo, él elevó la autoridad de sus palabras directamente al cielo. En lugar de imitar a los profetas que decían, “Así dice el Señor”, Jesús repitió: “De cierto, de cierto os digo.”[3]
Jesús esta tomando las Escrituras, las cuales son la historia religiosa de la cultura judía para a partir de ellas enseñar la ética del Reino de los Cielos. Por eso, sus palabras eran con autoridad. Podía hablar al pueblo de cómo relacionarse con un Dios que había sido ocultado por la religión judía.
Las palabras de Jesús eran con autoridad, además porque eran verdaderas y fiel reflejo de su conducta intachable. (Ver capítulo 4). Un elemento adicional, al encontrarnos con esta primera tensión, es la idea de cambio. El mensaje de Jesús, lejos de ser meramente religioso y circunspecto a una organización religiosa tiene su vital significado en la formación de una sociedad cuyas relaciones han de ser transparentes y alejadas de la calumnia, la infamia y en todo caso, el chisme.
Cuando Jesús, habla estas palabras se dirige a toda una cultura. Cuando abramos la Biblia pensemos en la liberación espiritual y social del pueblo latinoamericano, que es nuestro contexto remoto de aplicación. No nos quedemos con un Cristo pobre, corrupto e ignorante, sino con uno que sigue trabajando por el cambio. Mackay nos lo enfoca de esta manera:
"A Sudamérica llegó un Cristo que ha puesto a los hombres de acuerdo con la vida, que les ha dicho que la acepten tal como es, y las cosas tal como son, y la verdad tal cual parece ser. Pero ¿el otro? ¿El que hace que los hombres no estén satisfechos con la vida tal cual ésta es, y con las cosas tal como son, y que les dice que, por medio de EL, la vida será transformada, y el mundo será vencido, y sus seguidores serán puestos de acuerdo con la realidad, con Dios y con la verdad? Este otro Cristo quería venir, pero se lo estorbaron… Mas hoy, de nuevo, se escuchan voces de primavera que anuncian su llegada".[4]
Usando el verbo de Mackay debemos decir que, no estorbemos el actuar de Jesús. Podemos hablar de reconciliación con el pueblo quechua, mapuche, el de la patagonia, así como con cada una de las culturas de esta parte del planeta, si y tan solo sí, consideramos y vivimos el tema de la reconciliación con nuestros hermanos.
Un filósofo llamado Darrow Miller cita a Brian Griffiths cuando desarrolla el tema de la influencia de la trinidad en las sociedades:
En cuanto a la naturaleza de Dios, Griffiths hace notar: “Esto afirma que antes de existir el tiempo había pluralidad de personas en el Altísimo. Dios no estaba solo. No era una figura solitaria, incapaz de comunicarse, para quien el amor fuera una idea sin significado. La trinidad era una comunidad, una fraternidad. Las personas de la Trinidad se relacionan cada una con las otras, y siempre lo han hecho”[2]
El saber vivir en comunidad es la clave para construir una sociedad. Por ello Jesús, citado por Mateo, comienza por el principio. El enojo contra el hermano (notemos el sentido de fraternidad universal implícita) constituye un hábito que hay que erradicar de raíz.
En esta tensión presentada por Mateo entre el “No matar” por parte de la Ley y la reconciliación planteada por Jesús, hay un abismo hermenéutico producto de una lectura sesgada de las Escrituras. Para el escritor de la Ley lo primordial era el acto final, la consecuencia; en cambio, para el autor de la Ley, lo que quiso decirle a Moisés era que lo primordial era el acto inicial, el del corazón. Notemos que Jesús al darle sentido a la Ley, se revela como Dios. Como McDowell establece:
"(Mateo 5:20, 22, 26, 28) En este pasaje hallamos a Jesús enseñando y hablando en su propio nombre. Al proceder de este modo, él elevó la autoridad de sus palabras directamente al cielo. En lugar de imitar a los profetas que decían, “Así dice el Señor”, Jesús repitió: “De cierto, de cierto os digo.”[3]
Jesús esta tomando las Escrituras, las cuales son la historia religiosa de la cultura judía para a partir de ellas enseñar la ética del Reino de los Cielos. Por eso, sus palabras eran con autoridad. Podía hablar al pueblo de cómo relacionarse con un Dios que había sido ocultado por la religión judía.
Las palabras de Jesús eran con autoridad, además porque eran verdaderas y fiel reflejo de su conducta intachable. (Ver capítulo 4). Un elemento adicional, al encontrarnos con esta primera tensión, es la idea de cambio. El mensaje de Jesús, lejos de ser meramente religioso y circunspecto a una organización religiosa tiene su vital significado en la formación de una sociedad cuyas relaciones han de ser transparentes y alejadas de la calumnia, la infamia y en todo caso, el chisme.
Cuando Jesús, habla estas palabras se dirige a toda una cultura. Cuando abramos la Biblia pensemos en la liberación espiritual y social del pueblo latinoamericano, que es nuestro contexto remoto de aplicación. No nos quedemos con un Cristo pobre, corrupto e ignorante, sino con uno que sigue trabajando por el cambio. Mackay nos lo enfoca de esta manera:
"A Sudamérica llegó un Cristo que ha puesto a los hombres de acuerdo con la vida, que les ha dicho que la acepten tal como es, y las cosas tal como son, y la verdad tal cual parece ser. Pero ¿el otro? ¿El que hace que los hombres no estén satisfechos con la vida tal cual ésta es, y con las cosas tal como son, y que les dice que, por medio de EL, la vida será transformada, y el mundo será vencido, y sus seguidores serán puestos de acuerdo con la realidad, con Dios y con la verdad? Este otro Cristo quería venir, pero se lo estorbaron… Mas hoy, de nuevo, se escuchan voces de primavera que anuncian su llegada".[4]
Usando el verbo de Mackay debemos decir que, no estorbemos el actuar de Jesús. Podemos hablar de reconciliación con el pueblo quechua, mapuche, el de la patagonia, así como con cada una de las culturas de esta parte del planeta, si y tan solo sí, consideramos y vivimos el tema de la reconciliación con nuestros hermanos.
Aprender a vivir en comunidad, es el mensaje pertinente en el contexto de la conformación de la Comunidad Sudamericana de Naciones, y en medio de disputas internas entre los presidentes actuales, en donde se observa no sólo injerencia política sino hasta manipulación. Acerquémonos como hermanos sudamericanos a construir una Sudamérica libre de rencores y de ruptura de relaciones. No sólo porque nos necesitamos sino porque en realidad nos amamos.
Notas:
[1] BONHOEFFER, Dietrich. VIDA EN COMUNIDAD. Ediciones Sígueme. Salamanca. 2000. Pág. 98.
[2] MILLER, Darrow con GUTHRIE, Stan. DISCIPULANDO NACIONES. Fundación contra el hambre. Estados Unidos. 2001. Pág. 195.
[3] MCDOWELL, Josh. EVIDENCIA QUE EXIGE UN VEREDICTO. Editorial Vida. Miami. 1982. Pág. 97.
[4] MACKAY, Juan. EL OTRO CRISTO ESPAÑOL. Casa Unida de Publicaciones. Perú. 1991. Pág. 173.
Foto: Enderezando la Senda - La Molina.
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