Mt. 5:38-42 (BA) “Han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no enfrenten al que les hace mal; al contrario, a quien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra; al que te demande para quitarte la túnica, dale también el manto; al que te pida que lo acompañes mil pasos, ve con él dos mil. Dale a quien te pida, y no des la espalda al que te pide prestado”.
El tema de la justicia es un tema eminentemente político. Un tema tan práctico que nos hace ver lo real del mensaje del cristianismo, que lejos de procurar un status quo religioso busca resolver las grandes diferencias humanas hoy mismo, en la tierra donde nacimos, aplicada a nuestra particular coyuntura. Bosch nos abre el panorama del Sermón del Monte de Mateo:
El fracaso de los cristianos en vivir según las exigencias del Sermón del Monte no los absuelve del desafío de hacerlo. Especialmente en nuestro mundo contemporáneo de violencia y venganza, de opresión por parte de los derechistas y de los izquierdistas, de ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres, el imperativo para la Iglesia-en-misión es incluir “la justicia mayor” del Sermón del Monte (cf. Mt. 5.20) en su agenda misionera. Su misión no puede quedarse sólo en los aspectos exclusivamente personal, interior, espiritual y “vertical” de la vida de las personas. Tal acercamiento crearía una dicotomía totalmente ajena a la tradición de Jesús interpretada por Mateo.[1]
Las palabras de Jesús en el Sermón del Monte deben de ser repetidas por los creyentes en nuestros días. Esto no significa en la repetición memorística, ni en la declaración homilética de un día domingo.
El tema de la justicia es un tema eminentemente político. Un tema tan práctico que nos hace ver lo real del mensaje del cristianismo, que lejos de procurar un status quo religioso busca resolver las grandes diferencias humanas hoy mismo, en la tierra donde nacimos, aplicada a nuestra particular coyuntura. Bosch nos abre el panorama del Sermón del Monte de Mateo:
El fracaso de los cristianos en vivir según las exigencias del Sermón del Monte no los absuelve del desafío de hacerlo. Especialmente en nuestro mundo contemporáneo de violencia y venganza, de opresión por parte de los derechistas y de los izquierdistas, de ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres, el imperativo para la Iglesia-en-misión es incluir “la justicia mayor” del Sermón del Monte (cf. Mt. 5.20) en su agenda misionera. Su misión no puede quedarse sólo en los aspectos exclusivamente personal, interior, espiritual y “vertical” de la vida de las personas. Tal acercamiento crearía una dicotomía totalmente ajena a la tradición de Jesús interpretada por Mateo.[1]
Las palabras de Jesús en el Sermón del Monte deben de ser repetidas por los creyentes en nuestros días. Esto no significa en la repetición memorística, ni en la declaración homilética de un día domingo.
Las palabras de Jesús deben de ser repetidas en el sentido de buscar justicia específica para todas las esferas de la sociedad. Caso por caso. La sabiduría de Dios aplicada a la política, economía, ciencia, arte, familia, entretenimiento, comunicaciones y hasta iglesia.
Urge envenenar con el virus del amor de Dios a toda nuestra sociedad. Bosch nuevamente nos insiste:
(…) Jesús no tenía ninguna intención de establecer un reino político en Israel. Esto no implica, sin embargo, un ministerio apolítico. De hecho, el de Jesús no lo fue. El Sermón del Monte en particular es eminentemente político porque desafía casi todas las estructuras tradicionales de la sociedad. Su posición política era de pacificador, del reconciliador, del que hace justicia, deplora la venganza…, y, sobre todo, ama al enemigo. Para citar a Lapide: “(Jesús) era tres veces un rebelde del amor, mucho más radical que los revolucionarios de nuestro tiempo”… Esto es cierto porque no hay tensión entre los que dijo y lo que hizo.[2]
Llegado a este punto se puede apreciar con nitidez, el carácter de Jesús. Su esencia de gracia que se impone sobre la natural codicia humana. “Dale a quien te pida” revela un sentido de solidaridad con respecto del que pide y aún de misericordia. Puede que quien pida algo de nosotros lo pida por motivaciones puramente egoístas o de necesidad. Pero el enfoque no esta en el otro, sino en uno mismo. Y aquí esta la clave cristológica. No se trata primero de ti, sino de mí para transformar el mundo y producir un cambio. Se trata de dar primero yo. Esto es gracia. El “ojo por ojo” no debe ser visto solamente con el enfoque de la justicia humana sino bajo el enfoque de su hermana, la gracia.
Tratar de cristología no es otra cosa que tratar de la gracia de Dios por Jesucristo. Tamez nos aproxima a Jesús para nuestro contexto latinoamericano, así:
"Teológicamente, ¿cómo comprender que el pensamiento del hijo de Dios crucificado es el de un Dios crucificado, así considerado por los cristianos. ¿Qué leemos en esa fe de los cristianos y en relación con América Latina?
Las respuestas pueden ser varias, pero una de ellas, más allá de saber que Dios le resucitó, es ver en Dios, en este Dios torturado, la solidaridad máxima de lo divino con lo humano. Es palpar la gracia y la misericordia de Dios en grado sumo. Es ver el amor infinito y solidario de Dios por los humanos. En esta escena del Jesús crucificado en tanto humano y divino a la vez, vemos a un representante frente a la humanidad y frente a Dios. Frente a Dios, representa el rostro desfigurado de todos los seres humanos cuyos derechos han sido conculcados; es la oración que clama permanentemente a Dios por las injusticias y violación de los derechos de mujeres, hombres, y niños, de todos los colores y condiciones sociales; y frente a la los humanos es el representante de Dios que nos recuerda que su misericordia es infinita. Nos recuerda también que el fin del ser humano injustamente crucificado no es la condena a muerte, sino la resurrección".[3]
"Teológicamente, ¿cómo comprender que el pensamiento del hijo de Dios crucificado es el de un Dios crucificado, así considerado por los cristianos. ¿Qué leemos en esa fe de los cristianos y en relación con América Latina?
Las respuestas pueden ser varias, pero una de ellas, más allá de saber que Dios le resucitó, es ver en Dios, en este Dios torturado, la solidaridad máxima de lo divino con lo humano. Es palpar la gracia y la misericordia de Dios en grado sumo. Es ver el amor infinito y solidario de Dios por los humanos. En esta escena del Jesús crucificado en tanto humano y divino a la vez, vemos a un representante frente a la humanidad y frente a Dios. Frente a Dios, representa el rostro desfigurado de todos los seres humanos cuyos derechos han sido conculcados; es la oración que clama permanentemente a Dios por las injusticias y violación de los derechos de mujeres, hombres, y niños, de todos los colores y condiciones sociales; y frente a la los humanos es el representante de Dios que nos recuerda que su misericordia es infinita. Nos recuerda también que el fin del ser humano injustamente crucificado no es la condena a muerte, sino la resurrección".[3]
Luego, el tema político de la justicia ha de resolverse con el libre ejercicio de la gracia de Dios, manifestada en Jesucristo y por ende en su cuerpo, en cada creyente. Y esto no es otra cosa que, nuevamente, Cristología aplicada.
[1] BOSCH, David J. MISIÓN EN TRANSFORMACIÓN – Cambios de paradigma en la teología de la misión – Libros Desafío. Michigan. 2000. Pág. 97.
[2] BOSCH, David J. MISIÓN EN TRANSFORMACIÓN – Cambios de paradigma en la teología de la misión – Libros Desafío. Michigan. 2000. Pág. 97.
[3] TAMEZ, Elsa. 2004. "GRACIA CRUZ Y ESPERANZA HOY EN AMÉRICA LATINA”, en Israel Batista (editor), Gracia Cruz y Esperanza en América Latina. Ecuador-Quito: CLAI, 2004.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario